Adaptaciones de algunos animales y plantas a los incendios forestales

Hay ecosistemas que arden periódicamente por causas naturales desde hace millones de años. Los bosques mediterráneos son un ejemplo. Muchos de los organismos que los habitan llevan tanto tiempo conviviendo con el fuego, que se han adaptado a él. Algunas especies incluso lo necesitan para sobrevivir. Sentir el calor de un incendio desde kilómetros de distancia y aprovechar el bosque quemado para depositar huevos, o atraer a las llamas para despertar a semillas de su letargo. Éstas son sólo dos de las estrategias de ciertas plantas y animales para sacar provecho de un ecosistema que ha ardido.

Estrategias de animales

Con el tiempo, en un ecosistema que ha ardido, pueden proliferar animales que usaron distintas tácticas para no sucumbir a las llamas o, incluso, para sacar provecho de ellas. El escarabajo del fuego (Melanophila acuminata) es uno de los animales que han aprendido a sacarle partido al asunto. Tiene unos receptores de radiación infrarroja que detectan el calor de las llamas incluso a 40 km de distancia. Este escarabajo sabe bien que un incendio tiene una gran ventaja: la huida de depredadores. Acude a “bosques negros” para poner sus huevos en la madera recién quemada o incluso todavía en forma de brasas. De esta manera, los escarabajos bebés pueden nacer sin el peligro de que algún animal hambriento se los coma.   

Izquierda: escarabajo del fuego (Melanophila acuminata). Derecha: imagen de sus receptores de radiación infrarroja. Fotos: Helmut Schmitz y colaboradores, 2009.

Los incendios pueden despejar el paisaje, es decir, hacer que donde había una gran cantidad de árboles y arbustos por kilómetro cuadrado haya menos. Esto beneficia a especies típicas de espacios naturales abiertos como la perdiz roja (Alectoris rufa) y el conejo europeo (Oryctolagus cuniculus).  ¿Por qué? En las primeras etapas de recuperación de un ecosistema que ha ardido, aparecen hierbas con un alto contenido de nutrientes. Tanto ellas como sus semillas son fuente de alimento para los conejos y las perdices, respectivamente.  Pero ahí no acaba todo. Estas especies son un manjar para un ave rapaz típica también de espacios abiertos: el águila perdicera (Aquila fasciata). De esta manera, un incendio puede ser una buena noticia para la perdiz roja y el águila perdicera, ambas catalogadas como especies vulnerables a la extinción en el Libro Rojo de las Aves de España 2021.

Además de alimentarse, los seres vivos buscan reproducirse con éxito. Para ello, algunas especies ovíparas, o sea, que ponen huevos, hacen sus nidos en sitios donde los huevos puedan estar cómodos y seguros. El abejorro carpintero (Xylocopa violacea) y distintas especies de pájaros carpintero perforan sus nidos en árboles muertos. El hecho de que la madera de estos árboles sea blanda facilita el trabajo a estos animales, quienes encuentran muchas posibilidades para perforar sus nidos tras un incendio. De hecho, el pico ártico (Picoides arcticus), un pájaro carpintero de los Estados Unidos, siente debilidad por los bosques recientemente quemados.

Estrategias de plantas

Las plantas no pueden desplazarse, por lo que se las han ingeniado de otras maneras para proliferar después de un incendio. Los dos tipos de estrategias básicas consisten en renacer y producir una gran cantidad de semillas dependientes del calor de las llamas. También hay plantas capaces de resistir al fuego.  

La coscoja (Quercus coccifera) es una de las plantas que pueden renacer, también llamadas rebrotadoras. Lo hace gracias a unos puntos llamados yemas donde se concentran muchas células especializadas en generar brotes nuevos. Las yemas tienen una capa que las protege del incendio. Además, contienen toda la energía que las células generadoras de brotes necesitan para poder hacer su trabajo. Es curioso ver en este tipo de plantas quemadas, cuando están renaciendo, el contraste entre el negro azabache de las partes quemadas y el verde intenso de los brotes nuevos.

Un ejemplar de coscoja (Quercus coccifera) rebrotando cuatro meses después del incendio de Marmaris, Turquía, en 2021. Foto: Juli Pausas.

Las plantas que producen muchas semillas, o plantas germinadoras, las acumulan en el suelo o en partes más altas.  La aliaga (Ulex parviflorus) es un arbusto del primer grupo. Sus semillas se quedan dormidas en el suelo, y no salen de su letargo hasta que las llamas llegan y las despiertan, pudiendo entonces germinar y generar arbustos nuevos. Además, para asegurarse de que llegue suficiente calor a las semillas, la aliaga está hecha para arder. ¿Cómo? Teniendo ramas y hojas muy finas y muchas de las dos, lo que hace que prendan con facilidad.

Ejemplares de aliaga (Ulex parviflorus) creciendo en un bosque un año después de que se hubiese incendiado. Foto: Juli Pausas.

El pino carrasco (Pinus halepensis) acumula sus semillas en piñas que cuelgan de las ramas de la copa. Estas piñas están fuertemente cerradas y solamente se abren con el calor de las llamas. Por esta razón se les llama piñas serótinas. En un bosque de pinos carrascos los incendios provocan una lluvia de semillas que caen al suelo. Allí estarán disponibles para germinar.

Piñas serótina de pino carrasco (Pinus halepensis) antes (izquierda) y después (derecha) de un incendio. Foto: Juli Pausas.

El alcornoque (Quercus suber) se las ha aviado de manera opuesta a la aliaga. Tiene una corteza gruesa y aislante que le permite resistir incendios relativamente intensos. Pero eso no es todo: su copa se recupera con relativa facilidad porque contiene yemas de las que pueden salir nuevos brotes.

Por último, parece ser que los incendios ayudan a florecer a algunas hierbas y plantas del grupo de los lirios. Todavía no se sabe demasiado sobre este fenómeno, pero se intuye que se debe al aprovechamiento de los nutrientes presentes en las cenizas.

Gracias a estas estrategias, los ecosistemas tienen el potencial para poder recuperarse tras un incendio. Con el paso de los años, el paisaje gris y lúgubre se puede transformar en uno verde y renovado, y con el potencial de estar mejor preparado a un próximo incendio. 
Paisaje en Castell de Castells, España, un año después de una quema prescrita realizada en 2021. Foto: Juli Pausas.

Entonces, ¿no debemos preocuparnos cuando un ecosistema se quema?

Por una parte, no todos los seres vivos están adaptados al fuego. Tan solo encontramos especies adaptadas en ecosistemas que de manera natural han ardido cada cierto tiempo y de manera estable desde hace miles de años. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el Parque Natural de Cap de Creus, en el Noreste de la Península Ibérica.

Por otra parte, los seres vivos con adaptaciones no están adaptados a cualquier tipo de fuego. Estos organismos han aprendido a convivir con algo llamado régimen de fuego, es decir, un patrón concreto de incendios: ocurriendo en una determinada época del año y cada cierto periodo de tiempo que más o menos dura lo mismo, con una determinada intensidad, y propagándose de una determinada manera que puede ser, por ejemplo, por el suelo o por las copas de los árboles.

Entonces, para poder mantenerse, estas especies necesitan que su régimen de fuego no cambie. El problema es que los regímenes de fuego están cambiando a escala global. Cada vez vemos más incendios forestales con más capacidad destructora y más incendios en lugares donde no se habían dado hasta ahora. ¿Por qué? Por el cambio climático e insuficiente gestión de los bosques. Si un bosque no se gestiona, la vegetación puede proliferar tanto que, cuando llega un incendio, las llamas encuentran tanto material disponible para arder que se hacen más grandes e intensas. Esto es lo que está ocurriendo en muchas zonas rurales donde cada vez se practica menos agricultura y ganadería extensiva.

Evolución de la masa forestal en Roques Blanques, España, entre 1945 y la actualidad. Foto: Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya.

Así que sí, debemos preocuparnos, ya que las alteraciones de los regímenes de fuego suponen una amenaza para la biodiversidad de los ecosistemas. Las piñas serótinas del pino carrasco, las yemas de la coscoja y la corteza del alcornoque no resisten llamas demasiado intensas. Las semillas de la aliaga no tienen tiempo para germinar si los incendios son demasiado seguidos. El escarabajo del fuego, el conejo, la perdiz, el águila perdicera, y los animales carpinteros pueden perecer por fuegos devastadores. 

Conservar los regímenes de fuego mediante la gestión forestal, el desarrollo de una economía rural sostenible, y medidas para frenar el cambio climático es fundamental para garantizar la conservación de la biodiversidad y mantener el ciclo vital de los ecosistemas.

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